Hay un montón de academias que prometen ayudar a sacar buena nota en la selectividad, pero, algunas lo consiguen y oras no tanto. El problema en estos casos es que el alumno que muchas veces se apunta a clases, se llena de apuntes y simulacros, pero no es enseñado a gestionar lo más importante: el tiempo, la cabeza y el enfoque. Porque sí, saber la teoría es fundamental, pero no saber cómo afrontarla bajo presión, inhabilita completamente saberse la lección de memoria.

En una buena academia selectividad, el contenido importa, pero también cómo se enseña. Además, no todo el mundo necesita lo mismo. Hay quienes se atascan en lengua y quienes llevan arrastrando matemáticas desde segundo de la ESO. Hay gente que ya va bien preparada y solo necesita afianzar, y hay quien está a medio gas y necesita un empujón fuerte en poco tiempo. Por eso lo primero que hay que buscar es la mayor personalización posible. Si se entra a clase y parece una universidad en miniatura, con 20 personas mirando una pizarra sin hablar, va mal la cosa.

Lo que sí marca la diferencia

Una academia que realmente funcione para preparar la selectividad tiene que conocer el examen al detalle. No solo el temario, sino cómo se formulan los ejercicios, qué patrones se repiten, qué tipos de preguntas caen más. Y esto se aplica también a las pruebas de competencias específicas, que son ese añadido que algunas comunidades o universidades piden y que pillan por sorpresa a más de uno.

Estas pruebas no solo miden conocimientos, sino habilidades concretas que se han desarrollado en el curso, tales cómo la comprensión lectora, la lógica, el análisis, la redacción… Y no todas las academias le dan importancia, ya que algunas ni las mencionan. Pero si una carrera determinada las exige y no se está bien preparado, da igual que se saque un 10 en Historia o en Filosofía.

Una academia que sepa lo que hace debería integrarlas en el plan de estudio desde el principio, no dejarlas para el final. Además, tienen que dar feedback real, ya que no sirve que diga “bien, sigue así”. Necesita que marque dónde se falla, qué estilo de respuesta se espera y cómo mejorar cada ejercicio.

Más allá del temario: Entrenar para el examen

Una cosa es estudiar, otra es examinarse. Hay gente que estudia muy bien y luego se queda en blanco delante del papel, y por eso una academia selectividad que funcione tiene que preparar también mentalmente. Y no, no hace falta hacer yoga ni meditación, pero sí tiene que haber simulacros reales de examen, con tiempos, con correcciones estrictas, con nervios de verdad.

Y esto se entrena. Igual que se entrena para correr 10 kilómetros sin morirse, se entrena para hacer tres exámenes seguidos sin que estalle la cabeza, siendo la mejor forma de entrenar correr esos 10 kilómetros y hacer esos tres exámenes seguidos. Tiene que haber práctica con cronómetro, repaso de errores, gestión del tiempo por pregunta. Si todo lo que se hace en clase es repasar teoría, se llega al día del examen con cero ritmo.

Lo que no hace falta (aunque intenten vendértelo)

Muchas academias se lían con lo estético, usando Power Points llamativos, plataformas con vídeos editados, fichas a color, aplicaciones con notitas… ¿Está mal? No, pero si eso ocupa más tiempo que el contenido, va mal. Lo importante es cómo explican, no cómo luce. Se puede aprender muchísimo con un boli y una hoja, si el que lo explica lo hace bien.

Otra cosa que sobra: contenidos genéricos reciclados. Si se dan apuntes de hace tres años y nadie revisa si el examen ha cambiado, se está perdiendo el tiempo. O si hacen ejercicios tipo test que no se parecen en nada al modelo real, peor. No es que tengan que inventar la rueda, pero sí actualizarse. Y luego están las clases en grupo con niveles muy distintos. Si se va mal en física y el resto de la clase vuela, lo más probable es no enterarse de nada, y si se va bien en inglés y el profesor tiene que ir frenando cada dos frases porque hay gente muy perdida, sirve aún menos.

¿Y el trato personal?

El trato personal es fundamental, ya que no es lo mismo ser uno más que sentir que a alguien le importa cómo se va. En una buena academia de selectividad, conocen a cada alumno por su nombre y sus necesidades. Saben si en mates se flojea en trigonometría o si en lengua cuesta la sintaxis. Dicho de otro modo, tienen seguimiento real, llaman si se falta, preguntan cómo fue la última simulación. No van solo a cobrar, van a que se saque la mejor nota posible.

Por otro lado, también importa que escuchen. Hay semanas en las que se está saturado y no se puede con todo. Si en la academia se empeñan en meter más deberes sin entender cada situación, se acaba petando. Tiene que haber margen para ajustar, reorganizar o descansar cuando toca. Porque de nada sirve estudiar si se está frito.

El momento de verdad

Cuando llega el examen, es el momento de jugársela. Da igual que se haya sido buen estudiante o no, ya que ahí cuenta lo que se lleva interiorizado, la calma que se tenga, y lo bien que se haya preparado para ese tipo de pruebas. Y ahí es donde se ve la diferencia entre haber estudiado por cuenta propia o haber pasado por una academia que sabe lo que hace.

Porque te pueden explicar la Revolución Francesa o los sintagmas. Pero si no se ha practicado bajo presión, si no se sabe cómo encarar una redacción, si no se tienen recursos para improvisar una pregunta trampa, se va vendido al examen. Una academia bien organizada no solo prepara para sacar nota, prepara para no perder los papeles, para hacer lo que se sabe con seguridad.